OSITO |
Había una vez un osito pardo y regordete que cada noche miraba las estrellas, las contaba una a una hasta que el sueño le vencía.
Su abuelo, que era un gran cuentacuentos, le explicó una vez que en el pasado los humanos utilizaban las estrellas para guiarse en sus viajes.
Desde entonces, soñaba con poder pegar un salto y llegar a acariciar las estrellas. La que más le gustaba de todas era esa que, a pesar de no brillar demasiado, era muy especial pues nunca se movía. Esa estrella que, según los relatos de su abuelo, era la más importante para no perder el rumbo en la vida.
Un día, mientras paseaba bordeando el río, el osito e encontró una bonita lámpara. Le recordaba a algo, pero no conseguía saber a qué. Estaba bastante sucia, así que decidió frotarla un poquito con sus zarpas para quitarle el polvo. Entonces, de repente, la cabeza de un genio salió de la lámpara.
En ese momento el osito recordó perfectamente el cuento que su abuelo le había contado... ¡Ese genio estaría dispuesto a concederle un deseo por haberlo liberado de su prisión! No lo dudó ni un momento.
Mientras el genio se desperezaba, ya pensaba en cómo se lo pediría. Su deseo era, como ya imagináis, poder tocar la Estrella Polar.
Al oírlo, el genio le contestó: "Deseo concedido. Una nube vendrá a por ti esta noche y te llevará volando hasta las estrellas". Esa noche, emocionado, el osito subió a la nube y pudo por fin acariciar la Estrella Polar.
En ese momento, su pelaje comenzó a aclarase poco a poco. Primero la zarpa con la que la había tocado. Después toda la pata, el pecho, la cabeza... hasta que todo su cuerpo se volvió blanco y brillante como la nieve.
Desde entonces, cada noche nuestro amigo se sube a su nube en secreto para tocar su estrella favorita y convertirse por unas horas en un bellísimo Oso Polar.